—¡Ya bajo! — dijo Marina desde el balcón. Hacía frío pero sol, un bonito contraluz de invierno en Buenos Aires. Se acercaba el mediodía. Espontánea y juvenil enseguida nos abre la puerta y nos ofrece café. —Siéntense, por favor. Ahora baja Leo — dice mientras señala las decenas de obras en miniatura que decoran la entrada de la casa.
Marina Dogliotti había estudiado arquitectura pero quería ser más libre y aprender escultura. Le recomendaron, sin ninguna duda, acudir al reconocido taller de Leo Vinci. Así se conocieron hace treinta y cinco años. Leo Vinci perteneció al “Grupo del Sur” un colectivo de artistas aplaudido dentro y fuera de la Argentina en los años 60. Tuvo una educación formal y “eurocéntrica” en Bellas Artes, de la que intentó desprenderse para luego formar uno de los talleres más grandes y emblemáticos de Latinoamérica. Aún a día de hoy [a sus 87 años] sigue siendo docente, y maestro, “ayudo a artistas a encontrar su arte, su forma de expresarse”, añade asintiendo con la cabeza satisfecho. Fue profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Prilidiano Pueyrredón y en la de Ernesto de Cárcova y cesado en durante la dictadura cívico-militar de 1976.
—La historia de este lugar, nuestra casa-taller, se parece mucho a la de Al Escenario de Paco y Sophie — comienza a relatar Marina mientras saca unos antiguos álbumes de fotos para mostrarnos — Era una antigua panadería y despacho de pan, la compramos en 1991, estaba totalmente en ruinas. Necesitábamos un lugar grande donde poder vivir y crear. Desde entonces venimos arreglando la casa, es un proceso que nunca acaba…
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La obra de Marina es más femenina, y sensual. Nos enseña una colección que habla de Latinoamérica vista como una mujer que lucha. La primera imagen mental que creó sobre ella fue mientras leía un libro de Gabriel García Márquez cruzando el río hacia Montevideo. “Me imaginé una cabellera roja inundando el río de la Plata”, dice mientras señala la obra que dio a luz tras ese pensamiento. Esta colección, ya expuesta en varias ocasiones y que cuenta con un pieza musical por cada escultura, está formada por las rocas, por la tierra, por la idiosincracia y la sincronización de la espiritualidad precolombina fusionada con la europea.
“Todo ello conformó un nuevo lugar en el mundo: América”. Marina es la primera generación argentina en su familia. Sus padres eran italianos y se conocieron en África. Luego la guerra les trajo hasta Buenos Aires. Ella nació en el barrio de La Boca. Por eso, la inmigración es un tema muy presente en su obra. Como ejemplo, en sus últimas creaciones, está incluyendo un vestido azul como símbolo de esperanza. ¿Quién metería en la “valija de su vida” un vestido azul?
Sobre todo trabaja con arcilla, un material que conoció en Italia, en un río que había cerca de la casa de su abuela con el que jugaba y hacía muñequitas cuando era niña. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales e incluso una de sus obras está expuesta desde 2013 en la vía pública, en el barrio de Boedo.
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Su nombre real es Leonardo Dante Vinci, un tema algo pesado para el niño tímido que siempre fue. Alguna vez se refirió a ello como “lamentablemente”, y entre las bromas de algún que otro compañero, un profesor le dijo una vez “¡jamás pensé ser maestro del mismísimo Leonardo da Vinci!” Tuvo la suerte de que su familia desde muy pequeño creyó en él como artista. Incluso destinaron la sala principal de la casa a que fuese su taller. Le preguntamos si nunca tuvo dudas, si siempre quiso ser artista. Y él, respondió sin palabras, como el que responde algo obvio y quiere seguir hablando de cualquier otra cosa más interesante: “Nunca me lo planteé, lo hago porque no puedo no hacerlo”.
Paseamos entre las obras de Leo. Son introspectivas, autocríticas. Son enormes en tamaño, aunque aquí la mayoría están “a escala”. Hablan del miedo, de la esperanza, de mirarse a uno mismo, de partirse en dos metaforicamente y no, de la dignidad. Ahora está trabajando en una escultura para la Universidad de Quilmes. Y desde 1989 luce en el patio de la Casa Rosada una de sus obras, “Nuevos Aires”. —Después, durante el gobierno de Cristina, no me acuerdo en qué año, me compraron otra obra, que supongo seguirá allí. —Sí, nos pareció verla allí al pasar hace poco frente a la Casa Rosada —añade Marina.
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Parece que el café ya está listo. Volvemos a la sala y esperamos. Marina está atendiendo al técnico de la alarma, que ha llegado tarde y no puede arreglarla. Leo nos habla de la ética del arte, de su contexto, de por ejemplo, el grupo de Teatro Catalina Sur que surgió en la década de los 70 en una plaza de La Boca. De lo necesario que es el arte en estos tiempos de crisis. De las expresiones culturales que algunas veces se caracterizan por la belleza formal que sólo algunos aprecian pero que lo realmente transcendente, de toda creación, es cuando logra representar cabalmente al pueblo en su espacio y en su tiempo histórico. Le preguntamos si para él la ética es más importante que la estética. Nos mira, lo piensa. —La verdad es la belleza —responde.
Y nos regala su libro, que aún no está a la venta, y que se titula Reflexiones sobre Cultura, Arte e Identidad. —¡Hasta la próxima vez que vayamos a Al Escenario! Marina tiene una amiga de Roma que está de visita y quiere mostrarle el lugar.
Autores: Betriz Hernández Pino y Luis Gude Sánchez