Las luces de Buenos Aires

Dicen que las cosas que confunden suceden en la noche. Si bien los visitantes de otros días avisaron sin llegar. Las luces marcadas en el cristal, edulcoraban el ritmo del compás. Era una noche fría, de lluvia intensa en la noche oscura, la salamandra calentaba el local y la sala ofrecía un espectáculo de luces y sombras para espectáculo de títeres.

Si bien estos visitantes vinieron sin avisar, sus naves fueron muy agradecidas. Su compañía amenizó esa noche fría, renovando la vista de la plaza donde siempre pasa lo mismo. Así surgieron de a poco, en cada esquina y cristal, que por cierto había sido lavado malamente por un nuevo empleado esa noche.

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Pero uno salía fuera y veía que esas mismas naves desaparecían. Al entrar de nuevo en la seguridad del refugio ellas volvían. Las gafas eran necesarias en esa noche fría, como un televisor actuaban las cristaleras, ofreciendo un disfrute único a través de su pantalla.

Durante esta guerra de los mundos uno de los músicos contaba una historia que merece ser recordada.

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En los años 30 Carlos Gardel llenaba teatros enloquecidos por todo el mundo. Hasta que falleció el 24 de junio de 1935, en lo más alto de su carrera artística.

El motivo fue un desafortunado accidente aéreo en Colombia. Gardel se disponía a viajar de Bogotá a Cali a borde de un F-31 de la compañía Saco. Apenas había despegado, el avión se precipitó a tierra y se abalanzó contra otro avión que esperaba el despegue. El accidente se debió, supuestamente, a fuertes rachas de viento.

No obstante, su muerte estuvo rodeada de misterio y rumores y, para muchos, nunca se aclaró por completo. Ambas empresas aeronáuticas mantenían una dura competencia, detrás de la cual se encontraban los intereses estratégico-militares de los Estados Unidos y Alemania. Ni bien sucedió el accidente, cada una de las empresas se apresuró a atribuirle a la otra la responsabilidad.

Así desaparecía la luz de una estrella.

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Y bien acabado ese discurso las naves desaparecieron, y de nuevo las pantallas volvieron a su noche sin estrellas, con jabón corrido en sus esquinas.

 

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